Las obras de la catedral se mantenían a buen ritmo desde que en 1469 don Alonso de Palenzuela había pasado a ceñir la mitra, por lo que Juan de Candamo, finalizado el crucero, continuó su trabajo por las naves. Tal es así, que antes de 1480 ya estaban en pie los tres primeros tramos del cuerpo de la iglesia, procediéndose al tendido de las bóvedas, de las que Candamo solo alcanzó a ver los dos tramos próximos al crucero.

En 1485 don Alonso de Palenzuela fue enterrado bajo el pavimento del primer tramo, el más próximo al crucero. Tras las obras de enlosado de la iglesia la lápida original desapareció, por lo que el lugar está señalado en la actualidad mediante una sencilla cruz dorada.

De acuerdo con lo recogido en las Actas Capitulares de 1489, y coincidiendo con los primeros años del mandato de don Juan Arias del Villar, Juan de Candamo deja de trabajar debido a su enfermedad, y tras su muerte es enterrado en el brazo sur del transepto. Su sepulcro se halla empotrado y está decorado con sus armas, en él se encuentran también los restos de Catalina Gonzales de Nava, su esposa.

Su sustituto, Bartolomé de Solórzano, hoy considerado una de las figuras más representativas de la corriente hispanoflamenca, continuó con gran fidelidad la obra de su predecesor, de modo que tal como recogen los documentos existentes, el 26 de febrero de 1498 se cerró y acabó la Santa Iglesia de Oviedo, sin embargo, todavía restaba por construir la torre y el pórtico.

Las naves tienen una longitud de 37 metros desde la triple portada que se abre al nártex hasta el transepto. Su muro fue aligerado por grandes ventanales abiertos en sucesivos tramos, por encima de los cuales se halla la pared lisa que conduce a una simple cornisa. Pese a que hoy solo es posible contemplar tres contrafuertes por cada flanco, los más próximos a la cabecera, lo cierto es que eran cinco por cada lado, quedando los que faltan absorbidos por las edificaciones barrocas. Dirigiendo la vista hacia la parte alta, se observa una moldura vierteaguas que da paso a su coronamiento, enlazando por el interior con los arbotantes y continuando su acanaladura por un suave talud que conduce hasta las gárgolas, mientras que por el exterior aparecen pináculos con remate de pirámide.

La nave central, de 12 metros de ancho, se separa de las laterales mediante arcos ligeramente apuntalados y de molduras sencillas que arrancan de los pilares baquetonados. A destacar que los arcos realizados por Bartolomé de Salórzano, es decir, los de los últimos dos tramos de la nave, son más esbeltos. Sobre los arcos se disponen triforios de doble vano y sobre ellos los ventanales. La interposición de un mainel subdivide en otros dos cada uno de los vanos del triforio, mientras, los ventanales, dos por tramo, se encuentran bajo un arco común. Las vidrieras originales, obra del burgalés Diego de Santillana, que abarcaban además de las de la nave mayor, las de las capillas y los rosetones, fueron sustituidas posteriormente a fin de reparar los desperfectos que el incendio de 1521 había causado, para lo cual se echó mano del maestro Alberto de Holanda.

Cubren la nave mayor cinco tramos de bóveda de trazado diferente, quizás influyó el hecho de que los dos primeros sean obra de Candamo y los otros tres de Bartolomé de Solórzano, que optó por una simplificación y decoró la clave del quinto con el escudo del obispo Arias del Villar.

Por su parte, las naves laterales, que forman un espacio continuo de 6,5 metros de anchura interpuesto entre la central y las capillas, se cubren con crucería simple, apareciendo en sus claves motivos como la Cruz de los Ángeles, la flor de lis, así como el ya mencionado anteriormente emblema del obispo Arias.

 

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