Dos edificios flanqueaban a la capilla mayor de la catedral. Situada al sur, y construida entre 1379 y 1382, se hallaba la capilla de don Gutierre, construida a modo de mausoleo, mientras que por el norte lindaba con una edificación de tamaño pequeño y de tiempos del obispo don Diego Ramírez de Guzmán que siempre estuvo destinada a sacristía. La construcción de la girola hizo que ambas construcciones fueran derribadas en el siglo XVII, no existiendo en la actualidad.

La estructura gótica, con una cabecera de un solo ábside, se alejaba sobremanera de las anteriores de origen prerrománico. Ahora, se alzaba con grandes dimensiones una única capilla con un retablo colosal en el que se exponía de manera pormenorizada la vida de Cristo, pero en la que ya no había cabida para los apóstoles que antaño le acompañaban. Siendo quizás éste el motivo por el que la girola fue construida con corona de capillas, haciendo necesario adquirir terrenos que pertenecían al monasterio de San Vicente, y tras lo cual comienzan los encargos de traza. Recurriendo en primer lugar a Gonzalo de Güemes de Bracamonte, que a pesar de suministrarla no llegó a ejecutarla, lo que hizo que se recurriera a fray Alberto de la Madre de Dios, que no pudo acudir, siendo finalmente Juan de Naveda, en 1621, quien aportaría una nueva traza.

La obra de Juan de Naveda, que incluía, además de la girola, una sacristía y una capilla para Santa Eulalia no fue terminada hasta 1633 debido a los apuros económicos por los que pasaba el templo. Sin embargo, y frente a lo comentado anteriormente, las fechas que se muestran en los arcos de acceso y salida son 1626 y 1629, sin lugar a duda, una aproximación.

La construcción de Juan de Naveda, en concordancia con la estética clasicista dominante, consiste en un deambulatorio de siete tramos, de los cuales el primero y el último desembocan en la sacristía y en la capilla de Covadonga, mientras que a los cinco restantes, es decir, los centrales, se abren el resto de capillas, destinas a albergar el amplio muestrario de santos para los que habían sido proyectadas.

La cubierta, a medio camino entre lo gótico del resto del edificio y el clasicismo, presenta bóvedas de crucería en los tramos de entrada y salida, mientras que en los cinco restantes se emplea el cañón con lunetos revestido de nervaduras pseudogóticas. Mención expresa merecen las bovedillas de los espacios que quedan entre los contrafuertes del ábside mayor, recordando a veneras clásicas, mientras que las cinco capillas radiales presentan bóveda de cañón.

Los muros se estructuran con pilastras toscanas, cajeadas las de los contrafuertes del altar mayor y simples las del resto, destacando especialmente las hornacinas que horadan los machones y laterales de las capillas, así como los recuadros colocados sobre y bajo ellas, hoy de difícil visión ya que se tomaron como referencia para la labor de ornato llevaba a cabo en el siglo XVIII, aunque con seguridad estaban destinadas a albergar las imágenes de los apóstoles y de los santos locales.

El paso a la sacristía se encuentra en el primer tramo de la girola, para el que Juan de Naveda empleó dos columnas corintias que sostienen entablamento con friso de roleos.

 

Retablos e imágenes

El revestimiento de la girola, posterior a la obra, denota una cierta incoherencia entre arquitectura y decoración. De hecho, a mediados del siglo XVIII continuaba prácticamente desnuda y sin cumplir la función para la cuál había sido proyectada.

Para llevar a cabo este arduo trabajo se contó con José Bernardo de la Meana, que llevaría a cabo su labor durante casi toda la segunda mitad del siglo XVIII, rellenando el testero de las capillas con un retablo que acogiera a los correspondientes tres apósteles y enmarcando las hornacinas laterales y las del deambulatorio a fin de albergar allí a otros santos de veneración local.

En las capillas se encuentran: San Bartolomé flanqueado por San Matías y Santo Tomás, San Andrés junto a Santiago el Menor y San Felipe, San Pedro acompañado por Santiago el Mayor y San Juan, y San Pablo con San Simón y San Judas. Mientras que los situados en las hornacinas del deambulatorio son: San Jerónimo, Santa Leocadia, Santa Eulalia, Santa Lucrecia, San Blas, San Antonio Abad y Santa María Magdalena. Todas ellas realizadas en el taller de Meana, excepto el relieve de la Transfixión o Descendimiento, y la de Santa Eulalia, esta última atribuida a Alejandro Carnicero e importada en 1743 desde Salamanca. Todos los retablos recogen escenas en relieve que explican, a través de imágenes, diversos pasajes de la vida de los Santos.

En cuanto a las imágenes, se caracterizan por la mezcla del realismo dramático como es el caso de San Andrés, San Jerónimo, San Bartolomé, San Pedro o la Magdalena, con el barroquismo formal de San Antonio Abad, San Blas o San Mateo, y el gusto delicado de Santa Leocadia o Santa Lucrecia, todas ellas características propias de su autor. Cabe destacar que las imágenes de las paredes laterales de las capillas son de estilo más monumentalista, pese a estar realizadas en la misma época que el resto del conjunto.

La Sacristía

Para acceder a la sacristía es necesario atravesar antes la zona del vestíbulo, obra realizada por Juan de Meana en el primer tercio del siglo XVII. Atravesado este espacio, se accede a un espacio diáfano con planta de cruz latina y cúpula en el centro que descansa sobre tambor calado de ventanas, todo ello dominado por la máxima austeridad arquitectónica.

Su construcción, llevada a cabo en torno a 1730, es obra de Francisco de la Riva Ladrón de Guevara, a quien también se atribuye la obra del piso alto del claustro, así como la de su fachada.

Cubierta con tramos de bóveda de cañón con lunetos, destaca especialmente el fresco de la Asunción que Francisco Bustamante realizó copiando un boceto italiano que se guarda en la catedral. A destacar también los aguamaniles de forma rococó y mármoles polícromos realizados por Meana. Mientras que la cajonería, de madera de nogal, fue rematada con paneles de talla gótica procedentes de la sillería que se había desmontado.

De los muros cuelgan cuadros de apreciable valía, entre los que cabe mencionar:

  • Santa Eulalia, obra de Diego Valentín Díaz.
  • María velando el sueño del Niño, copia del de la pintora Lavinia Fontana conservado en el monasterio de El Escorial, que fue un regalo del licenciado Vélez al Cabildo de Oviedo.
  • Retrato del cardenal Cienfuegos, obra de Francisco Reyter de la segunda mitad del siglo XVIII.

Además de las anteriores, destaca otra obra de gran tamaño situada en el testero del fondo, en ella se representa el bautismo de un rey moro. Existen asimismo copias de grandes autores realizadas por pintores locales con mayor o menor fortuna.

En el ámbito escultórico destacan dos láminas en relieve realizadas en torno a 1720 por Antonio Borja, y que representan a María Dolorosa y al Ecce Homo.

 

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