De esta construcción prerrománica perteneciente a la primera mitad del siglo IX, hoy sólo se puede ver desde el exterior su cabeza y parte del muro norte, quedando el muro sur englobado en la pared del claustro gótico. Se trata de un edificio típico del periodo de Alfonso II, es decir, hecho a base de pequeño sillarejo en sus paramentos y sillar mediano en los contrafuertes y esquinas. En la parte inferior de los muros se abren estrechas saeteras, así como un par de ventanas rectangulares cubiertas con celosías de cerámica que ocupan el testero, iluminando los dos pisos en que se divide. El aspecto que presenta en la actualidad es el resultado de la remodelación que fue llevada a cabo en la época románica. Unos cuantos sepulcros sin decorar arrimados al muro indican la situación del cementerio de peregrinos que aquí existía.

 

Cripta de Santa Leocadia

Una puerta desde el claustro y otra desde el cementerio de los peregrinos dan acceso al interior del piso bajo o cripta de Santa Leocadia. Esta nave, que se ha conservado prácticamente intacta desde su construcción, se caracteriza por tratarse de un espacio estrecho y muy alargado, cubierto con bóveda de cañón que arranca de un pódium corrido a todo lo largo de sus muros. Se encuentra dividido horizontalmente en 3 zonas: el presbiterio, antaño separado del resto por un cancel, hoy ya desaparecido, y que se encuentra algo alzado por un escalón; la nave y la zona trasera, con piso mucho más rústico, se corresponden con la parte baja de la torre de San Miguel, que se incorporaría para darle mayor cabida al espacio.

A la bóveda, construida de ladrillo, se abren por el interior las saeteras que se ven desde el exterior, así como las puertas que dan acceso a la cripta. En la pared del fondo del presbiterio destaca, inscrita en un arco refundido en el muro, una ventana con cruz patada en círculo, todo ello dignificado por dos columnas que sujetan toda la estructura.

Dos sarcófagos de tradición visigoda se hallan situados en la zona intermedia en el suelo, uno de ellos decorado con roleos de inspiración clásica emeritense en sentido longitudinal, y en la otra, con una clara vinculación a la cultura oriental, aparece una esquematización del Árbol de la Vida flanqueado por animales contrapuestos.

Capilla de San Miguel o Capilla de las reliquias

Tras pasar por un vestíbulo, que linda a la izquierda con el gran balcón en el que se muestra el Santo Sudario y a la derecha con el muro de la torre románica, y ascender una escalera de tres tramos, se accede a la dependencia conocida como la torre de San Miguel, sirviendo de antesala a la capilla de las reliquias.

Al acceder a la capilla de San Miguel, podemos comprobar que se halla dividida en una nave y una cabecera rectangular en la que se exponen todas las reliquias y tesoros de la Catedral de Oviedo.

La nave fue redondeada en tiempos del obispo don Pelayo (1100-1129), sustituyendo la primitiva cubierta de madera por la bóveda de cañón que hoy se contempla, con tres arcos fajones que descansan sobre seis pares de columnas en las que se encuentran tallados de forma magistral los doce apóstoles, tal es así que, pese a tratarse de una obra anónima, es considerada una de las joyas de la escultura románica europea.

Mucho se ha investigado y escrito sobre la autoría de esta obra, llegando a relacionarla con el Maestro Mateo de la Catedral de Santiago de Compostela. Sin embargo, esta idea fue posteriormente desechada, por lo que en la actualidad se continúa con la duda sobre quién fue el autor de una obra en la que los apóstoles dialogan entre sí, y en la que, pese al hieratismo de sus posturas, muestran unos rostros de los más expresivos.

En los capiteles, realizados con la misma exquisitez, se muestran un conjunto de escenas que abarcan desde la cacería, a las tres Marías en el sepulcro vacío, pasando por monstruos entre follaje o Cristo entre los apóstoles.

Siguiendo con la escultura románica y, situadas a los pies de la nave, destacan las tres cabezas de los personajes del Calvario, dotadas de enorme embellecimiento humano y cuya tranquilidad contrasta con la agitación de los apóstoles. Sus cuerpos, en otros tiempos, estarían pintados sobre el muro.

La cabecera, dotada de enorme sencillez y austeridad, es el lugar donde descansan las reliquias. De estética prerrománica posee la misma estructura arquitectónica que la pared de fondo de Santa Leocadia, siendo su bóveda de ladrillo, al igual que la del piso bajo.

Durante la Revolución de Asturias, concretamente en la madrugada del 11 al 12 de octubre de 1934, una gran carga de dinamita fue depositada en el fondo de la cripta de Santa Leocadia, provocando una fuerte explosión que destruyó casi completamente la Cámara Santa, a la par que causó destrozos en el tránsito a Santa Bárbara, así como en dos de los tramos de bóvedas del claustro gótico. Los trabajos de reconstrucción se iniciaron sin pérdida de tiempo por un equipo del que formaron parte Alejandro Ferrant, Manuel Gómez Moreno y Víctor Hevia Granda, consiguiendo recuperar y restaurar tanto la obra arquitectónica, como la escultórica y la de orfebrería. Sin embargo, los trabajos se vieron interrumpidos por el estallido de la Guerra Civil, en la que al menos 160 cañonazos, tuvieron como destinataria una catedral que todavía no había conseguido reponerse del ataque anterior, y en la que la torre resultó gravemente dañada. En 1942, concretamente el 6 de septiembre, la Cámara Santa estaba nuevamente en pie.

Pero la Cámara Santa todavía se iba a ver inmersa en un desafortunado suceso más acaecido en 1977, cuando un ladrón consiguió penetrar en ella y robar las más preciadas reliquias de la catedral de Oviedo y, también, del Principado Asturias, no limitándose a su simple sustracción dado que cuando fueron recuperadas, ya en el año 1981, estaban parcialmente desmontadas y por ende, deterioradas. Pese a todo, y tras someterse a un minucioso trabajo de restauración a cargo de las más habilidosas manos orfebres, hoy es posible contemplar todas y cada una de las joyas que forman parte del tesoro.

 

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