Existen en la Santa Iglesia Basílica Catedral Metropolitana de San Salvador de Oviedo un total de diez capillas que se fueron construyendo al mismo tiempo que el resto del templo, flanqueando cada una de ellas a uno de los cinco tramos que componen el cuerpo de la catedral y abiertas a las naves laterales. Todas ellas poseen las mismas dimensiones, seis metros de largo y tres de fondo, y a excepción de una, la de los Vigiles, todas ellas han llegado a la actualidad sin importantes alteraciones.
Las capillas góticas tienen la misma estructura, están situadas entre los contrafuertes del edificio y comunicadas directamente con las naves laterales, mientras que por el exterior permanecen enmascaradas por las adiciones posteriores, siendo visibles desde el exterior solo dos de ellas, la de San Roque y la de San Antonio. Excepto en el caso de las de Valverde y Santa Catalina en las que existe un leve apuntalamiento, quizás por ser las más antiguas, en el resto es un arco de medio punto ligeramente rebajado el que da paso desde las naves a las capillas. Con cubierta de crucería, iluminación a través de una ventana de arco apuntalado por capilla, algunas desaparecidas tras las adicciones barrocas, un parteluz del que arrancan dos arquillos apuntalados rellenando el vano, así como con la clásica roseta de cuatro pétalos en el tímpano.
Índice de contenidos
Comenzando desde el transepto y continuando hacia los pies, encontramos las siguientes capillas:
Capilla de Belén o de Santa Catalina:
Solicitada expresamente como lugar de enterramiento, lo que hoy se contempla es un sepulcro empotrado en el muro adornado con los escudos de la casa de Quirós y en el que según atestiguan los documentos fueron depositados los restos de al menos tres personas pertenecientes al prelado linaje. Se pueden contemplar asimismo tres losas dispuestas paralelamente en el pavimento, la del fondo, en la que figura la imagen de un clérigo, pertenece al deán Martín Álvarez de Argüelles, fallecido en el siglo XVI, como así reza en la inscripción que la bordea.
Existe en la capilla un retablo de realización reciente y un confesionario de estética rococó que data de la segunda mitad del siglo XVIII.
Capilla de la Anunciación o de los Vigiles:
Fue subvencionada y ordenada por el asturiano Juan Vigil de Quiñones mientras ocupaba la sede de Segovia, es decir, en los primeros año de la tercera década del siglo XVII. Sin embargo, el fallecimiento del prelado en 1627 hizo que la obra se prolongara hasta 1640, año de su conclusión.
De arquitecto desconocido, se trata de un espacio monumentalizado, aunque relativamente pequeño. Su planta es de cruz latina con el brazo del presbiterio más profundo que los de los laterales y estando precedida por un vestíbulo. Las esquinas y machones están recorridos por pilastras estriadas rematadas por capiteles corintios que sostienen un entablamento de friso liso, así como una cornisa. Se halla cubierta por una bóveda vaída que queda dividida en una cúpula relajada y pechinas con el escudo del obispo, existiendo en la parte superior un óculo que fue agrandado en 1880.
Pese a su aparente aspecto clásico se pueden descubrir pequeñas soluciones barrocas, que dan fe de la puesta al día del tracista, entre las que destacan el gran relieve de sus elementos constructivos, así como la ausencia de impedimentos para interrumpir el entablamento de los muros laterales con los marcos de las ventanas fingidas que los decoran. Cabe destacar que una de las ventanas, a modo de balcón se dedica a recoger la figura del difunto.
El retablo y el bulto orante del obispo fueron encargados en 1641 a Luis Fernández de la Vega. Mientras que la traza que se estructura en dos cuerpos, cada uno de los cuales se compone de un gran relieve flanqueado de columnas, se encuentran cerrados por un frontón curvo y situados sobre un banco de relieves sobre la infancia de Cristo. A modo de homenaje del patrón del prelado difunto, en el relieve superior se ve el Bautismo, mientras que en el inferior la Anunciación. Sin embargo, los pequeños relieves del banco son los mejor diseñados. Del siglo XIX es la pintura blanca y dorada que los cubre.
Capilla de la Asunción o de Lope García de Tineo:
El hecho de que esta capilla sea conocida con ambos nombres se debe a que fue el canónigo prelado el que la dotó a comienzos del siglo XVI, mandando instalar, asimismo una verja de origen francés desaparecida en la actualidad.
Un delicado retablo de origen rococó dedicado a la Virgen de la Asunción y obra de José Bernardo de la Meana realizado entre 1746 y 1750 ocupa el frente de la capilla.
Capilla de San Juan Bautista:
Existe en ella un pequeño y sencillo retablo de compleja iconografía, que como en su friso indica fue realizado por la devoción del arcediano de Benavente en 1626. San Francisco, San Benito, Santo Domingo y San Ignacio, este último realizado e incorporado posteriormente, rodean al titular y a la Inmaculada. También presentes los cuatro Padres de la Iglesia latina, junto a San Pablo y San Pedro. Mientras que para los santos más venerados, de los que se guardan reliquias en la Cámara Santa, se reserva el banco y los aletones.
Capilla de Santa Eulalia:
Fue encargada 1690 al arquitecto Francisco Menéndez Camina, así como a su hijo del mismo nombre, a fin de recoger las reliquias de la patrona de la Diócesis, Santa Eulalia, y para servir de panteón funerario al obispo que pago la obra, Fray Simón García Pedrejón (1682-1697). Se trata de un gran espacio añadido a la obra gótica al que es posible acceder por sendas puertas abiertas en las dos últimas capillas de la nave del Evangelio, constituyendo una de las mejores muestras del barroco que existen en la región.
Posee planta central por tratarse de una capilla relicario y panteón, así como un baldaquino situado en el centro en el que se recoge la urna con las reliquias objeto de veneración. Su planta, de cruz griega de brazos muy cortos, se halla cubierta por una cúpula de radios múltiples sin tambor ni linterna que descansa sobre pechinas y con bóveda de cañón en los brazos.
Los muros articulan en seis tramos, el central está ocupado por puerta y ventana, la primera fingida o real, mientras que las ventanas fueron en principio fingidas y posteriormente abiertas para paliar la escasez de luz. El friso, los fustes de las pilastras y, en general, todo se encuentra repleto de una decoración muy bien tallada en la piedra.
Pese a que al principio sólo se contaba con los tres óculos de la parte superior del muro, tras la muerte del obispo fue necesario abrir las dos grandes ventanas que se aprecian en sus lados a fin de quitar la humedad e iluminar la capilla.
Obra de Domingo Suárez de la Puente, escultor local, es el baldaquino. Hoy sólo se puede contemplar la imagen de la Inmaculada, situada en la parte superior, y dos ángeles, mientras que en la escritura del contrato se especificaba que había de contener muchas otras imágenes entre ellas un total de 22 ángeles y diferentes instrumentos musicales, retiradas obedeciendo a patrones de austeridad y clasicismo, algunas de las cuales se pueden contemplar en el Museo de la Iglesia.
Comenzando desde el transepto y continuando hacia los pies, encontramos las siguientes capillas:
Capilla de Velarde:
El Cristo de Velarde, una de las piezas escultóricas más hermosas de la catedral y obra de Alonso Berruguete, se encuentran en un retablo de la segunda mitad del siglo XVIII. La talla, dotada de dramatismo y con una anatomía sublime, es de proporciones muy alargadas y tamaño mayor que el natural, mide 2,15 cm.
Capilla de San Antonio:
Posee un retablo del siglo XVIII obra de José Bernardo de la Meana en el que se dan cita la fantasía del último barroco y la imaginación y delicadeza del rococó. Posee, asimismo, en el muro del fondo dos sepulcros abiertos. El de la derecha de tipo arcosolio con una escultura yacente con revestimiento eclesial y libro en sus manos, mientras que el de la izquierda, perteneciente al arcediano Lope González de Oviedo, con nicho de arco apuntalo bajo el que se empotra el sarcófago, y con tapa y frente blasonados por los escudos del prelado.
Capilla de San Roque o de la Natividad de María:
Al igual que en la capilla de San Antonio posee un retablo realizado por José Bernardo de la Meana a mediados del siglo XVIII, siendo la principal diferencia con el anterior, que en este caso se conserva la imaginería primitiva, es decir, la realizada por Luis Fernández de la Vega en 1658. Asimismo, y también como en el caso de la capilla de San Antonio, alberga un sepulcro, el del abad de Teverga, el canónigo Fernando de Llanes, que fue quien la dotó en 1510, y de similares características y ubicación que la del arcediano Lope González de Oviedo.
Capilla de San Martín:
Posee un retablo de estilo contrarreformista avanzado realizado por Pedro Sánchez de Ágreda en 1652, mientras que la imaginería y relieves corrieron a cargo de Luis Fernández de la Vega. El piso bajo está dedicado a San Martín y su vida, mientras que el alto se dedica a la Inmaculada y los arcángeles, estando todo coronado por el resucitado del ático, y siendo lo más destacable debido a su perfección, los Padres de la Iglesia latina situados en los plintos del banco.
Capilla de Santa Bárbara o Nueva Cámara Santa:
Sufragada por el obispo Caballero de Paredes, fallecido 1661, e ideada para sustituir a la Cámara Santa como capilla de las reliquias, así como para servir de panteón del prelado obispo. Su construcción fue iniciada en 1658 y corrió a cargo de Ignacio de Cajigal ayudado por José de Huici Eiturren y José de Obregón. El retablo corrió a cargo de Cajigal y Alonso de la Peña mientras que la imaginería es obra de Luis Fernández de la Vega.
Se trata de la capilla más grande de las realizadas con fines funerarios, siendo a la par la más hermosa y mejor concebida de todas las añadidas. Sendas puertas gemelas abiertas en las dos últimas capillas del lado sur dan acceso a ella, estructuras a base de pilastras toscanas que sujetan un frontón triangular.
El espacio total se divide en dos zonas como si se tratase de un templo independiente, la primera para recoger a los fieles que asistan al culto, mientras que segunda fue concebida como presbiterio individualizado. Se abren en los muros de la primera nave unos palcos destinados a la familia del patrono, mientras que a ambos lados del presbiterio se abren los arcos que habían de cobijar los sepulcros con estatuas mirando al altar, inscritos en una portada de semicolumnas corintias que sujetan entablamento de friso y segmentos de frontón curvo entre los que se coloca el escudo del prelado obispo.
Una cúpula dividida en ocho tramos cubre la primera nave, siendo la luz proporcionada por una esbelta linterna situada en el centro. El presbiterio, por el contrario, lo hace por un cañón con lunetos perforados de ventanas. En ambos casos decorado con follaje tallado directamente sobre la piedra. Posee sacristía propia con bóveda realizada por Gregorio de la Roza a finales de siglo.
Su retablo barroco fue el primero que se dio en la catedral, y en él, una amplia calle central ocupada por el expositor va tomando cada vez mayor auge. En cuanto a la imaginería, destaca sin duda sobre todas las demás, el arcángel San Miguel del ático, copia del realizado por Gregorio Fernández, aunque tampoco se puede dejar de mencionar los bustos de San Pablo y San Pedro, así como el de San Vicente Mártir.
La capilla nunca llegó a albergar las reliquias, por la pronta muerte del obispo, así como tampoco sus restos mortales, quedando los sepulcros del presbiterio sin utilizar.