El comienzo de las obras del nuevo templo, posterior al de las edificaciones adyacentes, está vinculando con la ocupación de la sede ovetense desde 1377 a 1389 por el obispo don Gutierre Gómez de Toledo, una de las más destacadas figuras del bajo medievo asturiano, llegando a desempeñar funciones de notoria importancia en la Audiencia y el Consejo Real, así como en la guerra de Castilla contra Portugal e Inglaterra.  En el ámbito eclesiástico puso en marcha un plan de reformas muy ambicioso a fin de contener el proceso de decadencia en el que se encontraba sumido el clero astur.

En diciembre de 1382 decide emprender la renovación para lo cual estableció el prelado en las iglesias de la diócesis y, en 1388, logró la concesión del Privilegio de los Excusados que permitía disponer, mientras durasen los trabajos, de diez canteros libres de pago o servicio, dando comienzo al derribo de la catedral prerrománica.

Sin embargo, y pese al gran empeño puesto en ello, don Gutierre no alcanzó a ver siquiera la cabecera terminada, ya que esta fue concluida en tiempos de don Guillén de Verdemonte, su sucesor.

Dado que la nueva capilla mayor poseía mayores dimensiones que su predecesora, fue ocupado el lugar donde estaba esta, así como varios terrenos adyacentes. En su planta existen dos partes claramente diferenciadas, un sector pentagonal, en cuyo alzado se sitúa el retablo, y dos tramos rectos que lo prolongan hasta el arco toral.

En el muro se abre un pequeño triforio y una serie de ventanales estrechos y alargados, que se distribuyen en dos zonas y, mientras que los dos situados en la zona baja se hallan cegados, de los siete que componen el claristorio, cinco de ellos están cubiertos por vidrieras sucesoras de las que habría instalado el maestro Diego de Santillana a partir de 1509.

Una bóveda nervada de nueve paños iguales y dos diferentes, aunque iguales entre sí, cierra la capilla.

Y mientras que la cabecera pertenece a la etapa manierista del estilo gótico, el cuerpo catedralicio es de dominio flamígero e hispanoflamenco.

 

El Retablo Mayor

Al penetrar en la Catedral de Oviedo todas las miradas se dirigen al mismo lugar, el Retablo Mayor, y no es para menos, pues se trata de la obra más importante de estas características de cuantas se conservan en la zona norte de España. Fue realizada en el primer tercio del siglo XVI y mide doce metros de altura y también de ancho, siendo adaptada a la estructura poligonal del ábside.

El retablo, salido de las manos de Giralte de Bruselas y Juan Balmaseda, está compuesto por una calle central de tres pisos, y cuatro calles laterales más estrechas y divididas en cuatro pisos. El trabajo fue concluido en 1531 tras los trabajos de pintura y dorado a cargo de León Picardo y Miguel Bingeles, unos trabajos que inicialmente habían sido encargados a Alonso de Berruguete.

En la calle central se representa a el Salvador rodeado de los símbolos de los cuatro evangelistas, la Asunción y la Crucifixión, mientras que en la predela son representadas la Asunción, la Visitación, el Nacimiento y la Adoración de los Magos. En cuanto al resto de escenas que se pueden contemplar y, avanzando siempre de izquierda a derecha, se encuentran las siguientes:

  • Primer piso: la Presentación en el Templo, la Huida a Egipto, Jesús entre los doctores, y el Bautismo de Cristo.
  • Segundo piso: las Tentaciones en el desierto, las Bodas de Caná, la Resurrección de Lázaro, y la Entrada en Jerusalén.
  • Tercer piso: la Oración en el Huerto, la Flagelación, Ecce Homo, y La caída con la cruz.
  • Cuarto piso: la Resurrección, la Duda de Santo Tomás, la Ascensión y la Venida del Espíritu Santo.

De todas ellas, sólo está documentada como de Juan de Balmaseda la Duda de Santo Tomás.

El Sepulcro del obispo Arias de Villar

La capilla mayor fue, debido a su posición y dignidad, uno de los lugares más codiciados por personalidades destacadas de la época para fijar el lugar de su enterramiento. En el lugar se encuentran sepultados, entre otros, los obispos don Guillén de Verdemonte, don García Ramírez de Villaescusa y don Diego de Muros, así como don Jerónimo de Velasco cuyo sepulcro, conservado parcialmente a la derecha del ábside, es de estilo renacentista.

Regido por la diócesis entre 1487 y 1498, fue labrado un monumento funerario para don Juan Arias del Villar, el lugar elegido para ello fue el muro norte, ocupando el hueco abierto entre los dos primeros pilares. El sepulcro, que se abre bajo un arco carpanel, está flanqueado por pilastrillas de remate en pináculo, decorado en su intradós y recorrido en el trasdós por una montura de tipo conopial rematada por una flor de lis. Dos escudos blasonan la obra mientras que el interior del nicho alberga la escultura del prelado en actitud orante. El conjunto, de rasgos propios de la época isabelina, muestra a la par, la inspiración flamenca del autor. Cabe comentar que el sepulcro, finalizado en 1499, nunca fue ocupado por su destinatario quien fue trasladado a la diócesis de Segovia.

 

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