El imafronte de la catedral de Oviedo fue proyectado por Juan de Badajoz como un pórtico de tres cuerpos, uno por nave, sirviendo dos de ellos como base de las torres, de las que solo una, aunque con mayores dimensiones, fue levantada.

El pórtico es, sin lugar a duda, una de las partes de la construcción que distingue especialmente al primer templo ovetense. Mientras, que la solución clásica presenta al pórtico como una prolongación de las portadas, aquí, y pese a su directa conexión, se aprecia una cierta independencia respecto a los vanos que la preceden. Asimismo, el pórtico no parece ser en ningún momento un simple nexo de unión entre los cuerpos de las torres, gracias a los amplios arcos que se abrieron en los cuerpos base de las torres para eliminar su carácter macizo. Arcos que al igual que en el caso de las portadas de la Catedral de Oviedo, estaban engalanados de cardinas y conopios, así como de jambas y arquivoltas surcadas por cenefas, y de las que ha desaparecido buena parte.

No se puede dejar de contemplar sus pilares, así como los capiteles mocárabes y los arcos de comunicación de las tres zonas, siendo las bóvedas las que han de acaparar todas las miradas, de cascos muy planos y surcados por una red de nervios combinados de modo diferente en los tres tramos.

La construcción se comenzó por el tramo norte o torre inacabada, colocando sobre él los escudos de los obispos don Juan Daza (1498-1582) y Ramírez de Villaescusa (1502-1508), continuando por el tramo sur o torre construida, sobre el que se dispusieron las armas de don Valeriano Ordóñez de Villaquirán (1508-1512). Cabe comentar que Juan de Badajoz contó siempre con las manos de Pedro de Buyeres, quien ocupó su lugar, tras el cese de Badajoz por parte del cabildo ovetense. Siendo, por lo tanto, Pedro de Buyeres el que finalizó el pórtico y se ocupó de la construcción de la torre.

 

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